Dentro del fútbol, existen diversas situaciones que pueden provocar una disconformidad o molestia entre el jugador y el director técnico. Algunas quedan, precisamente, en situaciones del momento que son resueltas luego del pitido final cuando el equipo ya se encuentra en el vestuario y las pulsaciones están en disminución. Mientras que otras pueden derivar riesgos más severos, como conflictos o internet.
Un episodio de lo referenciado se vivió en Anfield, donde Liverpool derrotó por 2 a 1 al Wolverhampton. Posteriormente se conocerá si tuvo trascendencia o no, pero sin duda desconcertó a todo aquel que estuviera siguiendo el desarrollo del partido.
El duelo no estaba decidido ni mucho menos. Los locales se habían ido al descanso con un 2 a 0 a su favor, pero en la reanudación de la segunda mitad el rival descontó rapidamente en el marcador. Se abría una incertidumbre con el resultado y el desarrollo del juego, Luis Suárez era la figura de la cancha. Autor del segundo gol (una genialidad) y protagonista en otras dos ocasiones que fueron de las más claras para su equipo. Determinante, era una pesadilla para los defensores rivales. Comandante de los ataques, siempre como opción para descargar y generador de situaciones de gol. El uruguayo tenía motivos de sobra para ser el "man of the match".
En búsqueda de sentenciar el partido, Kenny Dalglish empezaba a mover las fichas y ya había mandado a la cancha a Dirk Kuyt, delantero poli funcional que se puede desempeñar como mediocampista/extremo, por Jordan Henderson. Consumado el primer cambio, poco iba a faltar para el segundo y más aún, si en el banco de los relevos estaba, quien de a poco va tomando minutos, Steven Gerrard. Su ingreso era inminente. A falta de nueve para el final, el resultado estaba abierto, Suárez seguía haciendo de las suyas, pero el Liverpool no daba garantías de quedarse con los tres puntos hasta que el partido finalice. Gerrard a la cancha, afuera Luis Suárez. Sí, leyó bien. Sorpresa para muchos. No así para el oriental, que en cuanto supo que era él quien se debía retirar su rostro ya estaba transformado en fastidio y bronca. Llegado al banco de suplentes, saludó al técnico sin mirarlo. Desconsolado, envuelto en llamas y con cara de "¿por qué a mí?", permaneció allí hasta el final del partido. Acto seguido se encaminó para los vestuarios, atinando a un mínimo saludo a los hinchas que se encontraban cercanos al jugador.
Se puede hacer un párrafo aparte sobre si se comparte la decisión del técnico o no. Si se puede afirmar que fue sorpresivo, llamativo, curisio y que el fastidio del delantero era más que evidente. Una situación que a veces se acostumbra a ver en el fútbol del mundo y que, en esta ocasión y por primera vez, le tocó al ex Ajax desde que llegó al club inglés. En tanto que los hinchas, discrepantes o no con esta decisión, desearán, ante todo, que solo quede en una situación más.
Un episodio de lo referenciado se vivió en Anfield, donde Liverpool derrotó por 2 a 1 al Wolverhampton. Posteriormente se conocerá si tuvo trascendencia o no, pero sin duda desconcertó a todo aquel que estuviera siguiendo el desarrollo del partido.
El duelo no estaba decidido ni mucho menos. Los locales se habían ido al descanso con un 2 a 0 a su favor, pero en la reanudación de la segunda mitad el rival descontó rapidamente en el marcador. Se abría una incertidumbre con el resultado y el desarrollo del juego, Luis Suárez era la figura de la cancha. Autor del segundo gol (una genialidad) y protagonista en otras dos ocasiones que fueron de las más claras para su equipo. Determinante, era una pesadilla para los defensores rivales. Comandante de los ataques, siempre como opción para descargar y generador de situaciones de gol. El uruguayo tenía motivos de sobra para ser el "man of the match".
En búsqueda de sentenciar el partido, Kenny Dalglish empezaba a mover las fichas y ya había mandado a la cancha a Dirk Kuyt, delantero poli funcional que se puede desempeñar como mediocampista/extremo, por Jordan Henderson. Consumado el primer cambio, poco iba a faltar para el segundo y más aún, si en el banco de los relevos estaba, quien de a poco va tomando minutos, Steven Gerrard. Su ingreso era inminente. A falta de nueve para el final, el resultado estaba abierto, Suárez seguía haciendo de las suyas, pero el Liverpool no daba garantías de quedarse con los tres puntos hasta que el partido finalice. Gerrard a la cancha, afuera Luis Suárez. Sí, leyó bien. Sorpresa para muchos. No así para el oriental, que en cuanto supo que era él quien se debía retirar su rostro ya estaba transformado en fastidio y bronca. Llegado al banco de suplentes, saludó al técnico sin mirarlo. Desconsolado, envuelto en llamas y con cara de "¿por qué a mí?", permaneció allí hasta el final del partido. Acto seguido se encaminó para los vestuarios, atinando a un mínimo saludo a los hinchas que se encontraban cercanos al jugador.
Se puede hacer un párrafo aparte sobre si se comparte la decisión del técnico o no. Si se puede afirmar que fue sorpresivo, llamativo, curisio y que el fastidio del delantero era más que evidente. Una situación que a veces se acostumbra a ver en el fútbol del mundo y que, en esta ocasión y por primera vez, le tocó al ex Ajax desde que llegó al club inglés. En tanto que los hinchas, discrepantes o no con esta decisión, desearán, ante todo, que solo quede en una situación más.